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sábado, 13 de marzo de 2010

Una vocación Cristiana.




Es imperativo que uno de los principales “pilares del cristianismo” es y ha sido el ministerio de la sanación. Sin embargo, uno de los grandes problemas de la evolución de la Iglesia a través de los tiempos, es que ésta parece haber olvidado la gran encomienda que dio el mismo Jesús cuando después de su resurrección se presentó ante sus discípulos y les dijo que fueran por el mundo predicando y dando testimonio de todo aquello que vieron además que les pidió que fuesen también imponiéndoles las manos a los enfermos para que estos sanasen.

Durante la vida pública de Jesús, además de la prédica el Reino de Dios. Su ministerio estuvo acompañado del testimonio de los milagros. Creo en resumidas cuentas, que pese a lo que se abordará en este documento, la sanación de enfermos y la obra de milagros, no es en sí la finalidad misma del ministerio del Hijo de Dios, ni de cualquier Hijo de Dios. Más bien, en todo caso, los milagros son un testimonio tangible de la Presencia/Existencia Real del Reino de Dios.

Durante muchos años. Desde épocas veterotestamentarias se ha desarrollado toda una teología escatológica sobre la naturaleza del Reino de Dios. Hablar de ello no es la finalidad de este texto, pero creo que es bien importante obrarnos una imagen sobre el Reino de Dios.

El Reino de Dios, podemos comprenderlo tratando de hacernos una imagen sobre la aparentemente complicada frase “El Reino de Dios, es ser partícipes de Dios”. Esta frase, pareciera a simple vista estar en una terrible contradicción gramatical, pero sinceramente no es difícil hacernos una idea respecto a esto. En la Biblia están contenidas cerca de tres mil promesas y la mayoría versan sobre el advenimiento de un estado de perfección; el establecimiento del Reino de Dios.

Para poder asimilar mejor esta idea, puedo recomendarles ampliamente un poema de la obra de Gustavo Doré, un célebre y prolijo escritor y dibujante inglés quien además de ser el autor de una impresionante cantidad de textos, fue además un profundo pensador cristiano influido por el pietismo alemán y la facción presbiteriana, además de haber sido diácono de la Iglesia de Inglaterra. En la obra lírica de G. Doré, puede percibirse con claridad la idea de cómo pudo haber sido el “Edén Terrenal” aunque finalmente, esta no es mas que una burda aproximación que el arte y el placer estéticos pueden darnos sobre la verdadera perfección de la Completa Gracia de Dios que hubo antes de que Adán cayese en el sueño de la irrealidad, y el que el Hijo de Dios recuperó para nosotros.

Retornando pues al tema de los milagros. Los milagros deben ser percibidos como una forma didáctica por medio del cual es posible dar un auténtico testimonio del Reino de Dios. Cuando Jesús obraba un milagro, era consciente de que este milagro daba un auténtico testimonio de Él y del Reino.

Si tomamos al Reino de Dios como un estado de perfección (ya que la Divinidad no puede ser menos que esto) podemos ver en el milagro una extensión del Reino de Dios.

Cierto día de febrero del año dos mil cuatro, me encontraba en una celebración ecuménica. Por aquellas fechas ya me estaba preparando para recibir el diaconado y acolitaba a un amigo pastor que fue el organizador del evento. La mejor participación de la tarde, fue la de la reverenda Anita Lutherman- Aguilera, pastora de la Iglesia unida en Cristo. Su prédica hablaba sobre la vocación, llamado y mandamiento que tiene todo cristiano en la construcción del Reino de Dios.

Esta idea, está fuertemente arraigada en el pensamiento protestante americano (especialmente entre las iglesias del bloque denominado “Las Siete Hermanas” encabezado por la Iglesia episcopal -ECUSA-) y el cual ha sido el motor de muchos movimientos sociales importantes dentro de la cultura norteamericana, inspirando movimientos de justicia social y de defensa de los Derechos Humanos.

Aún recuerdo el especial énfasis que la reverenda Lutherman daba a la participación que todo cristiano tiene en poner “manos a la obra” al momento dela construcción del Reino.

Esta idea que ella destacaba me parece por demás maravillosa. La llamada de todos los cristianos a una vocación de servicio al prójimo es sin duda el eje central de la predicación del apóstol Pablo, quien nos exhorta a levar una vida de entrega total al servicio cristiano. Esto con el paso de los años, con la llegada del Renacimiento, la Ilustración y el Pietismo Alemán, fue el estandarte de la proyección social de un cristianismo amoroso y caritativo. Y el día de hoy, es la escuela de pensamiento que ha dado origen a conceptos tan radicales y magníficos como las Garantías Universales del Hombre y los Derechos Humanos.

Sin embargo, esta idea, no por ello dejará de estar incompleta. Hay un trasfondo de vital importancia el cual hemos dejado al margen de la prédica, el testimonio y de la vida cristiana en general: Los milagros, especialmente aquellos relacionados con la sanación, como eje primordial del testimonio cristiano del Reino de Dios y como VOCACIÓN, LLAMADO Y MANDAMENTO para todo partícipe de la Iglesia, pero muy en especial a aquellos que ha decidido dedicar su vida por completo a este llamamiento: los ministros.



Daniel+
Sacerdote.
Comunidad de San Juan Apóstol.
rvdo.daniel.fragoso@gmail.com

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